jueves, 27 de marzo de 2014

FUNDAMENTOS DE LA CIENCIA PSICOLÓGICA

LA IMAGEN TRADICIONAL DEL SER HUMANO
En la cultura popular y en casi todos los estudios psicológicos, se suele clasificar los procesos psicológicos en dos grandes categorías: 1. Afectos: Emociones, sentimientos, necesidades. 2. Cognición: Atención, percepción, memoria, aprendizaje, lenguaje, pensamiento. Esta distinción tiene sus fundamentos en la diferencia entre dos aspectos de la conducta claramente contrastables. Por un lado, lo afectivo corresponde a lo que el conocimiento común y las diversas psicologías académicas consideran como los factores “energizantes” de la conducta. De este modo, lo afectivo se define como un conjunto de estados, procesos o eventos internos cuya función es producir cambios en la intensidad de la conducta. Por ejemplo, el hambre (una necesidad) influye en cuán intensamente alguien se dedicará a buscar alimento (una conducta). La ira (una emoción) influirá en qué tan intensamente llevará a cabo determinadas conductas. Tanto las necesidades como las emociones (y también los sentimientos, etc.) se consideran eventos internos que impulsan o refrenan las diversas conductas de un individuo.
Por otro lado, lo cognitivo es visto también por el conocimiento popular y las diferentes psicologías como un conjunto de eventos, estados o procesos internos que permiten organizar la conducta. Así, por ejemplo, el aprendizaje y la memoria sirven para establecer y conservar determinadas formas de conducta en respuesta a determinadas situaciones, mientras que la atención y la percepción permiten detectar cuándo estas situaciones ocurren. Las psicologías académicas han inventado diversos lenguajes técnicos para describir “científicamente” estos procesos, comenzando con la idea de que los procesos cognitivos tienen que ver con la adquisición, almacenamiento, procesamiento y recuperación de la información. En la sabiduría popular y en las psicologías tradicionales, la conducta se explica fácilmente apelando únicamente a estos dos factores, la “creencia” (lo cognitivo) y el “deseo” (lo afectivo). Lo cognitivo organiza la conducta y lo afectivo la potencia. Una persona puede saber que en tal lugar se vende comida y puede darse cuenta de que está parado frente a ese lugar. Pero que entre o no a buscar comida dependerá de cuánta hambre tenga.

AFECTOS Y COGNICIÓN DESDE LA VISIÓN CONDUCTISTA
Desde una visión diferente de la psicología, más propia del conductismo, cabe identificar lo cognitivo con las conductas mismas, en el sentido de que “aprender”, “recordar”, “percibir, “pensar”, etc. no son entidades, procesos o eventos internos, sino más bien las diversas formas en que un individuo puede interactuar con su ambiente o consigo mismo y más aún, son términos que hacen referencia a las diferentes situaciones, circunstancias y relaciones en el marco de las cuales los individuos interactúan (por ejemplo, qué hace exactamente la persona, en qué contexto social, con quién y para qué, etc.) Así, por ejemplo, “aprender” no es un proceso interno de adquisición de conocimientos, sino un cambio en las maneras en que un individuo interactúa en determinadas situaciones, como resultado de la experiencia.
Por otra parte, lo afectivo no hace referencia, como dice la psicología tradicional, a entidades internas que influyen en la conducta. Más bien, lo afectivo hace referencia a cambios más o menos amplios y temporales en la conducta de un individuo, como resultado de ciertos eventos o situaciones. Por ejemplo, la “ira” no es un “estado interno” que hace que la persona se comporte de tal o cual manera, sino más bien es el nombre que se usa para describir ciertos cambios conductuales que se dan en respuesta a determinados eventos o situaciones, como la pérdida de reforzadores. Las “sensaciones internas” de la ira son parte de esos cambios conductuales, no su causa. En conclusión entonces, existe una visión mentalista y una visión conductista de los procesos cognitivos. Según la primera de estas visiones, los procesos cognitivos son procesos reales, internos, de naturaleza posiblemente cerebral y que determinan la conducta. Desde la visión conductista, el término “proceso cognitivo” alude únicamente a formas altamente organizadas de conducta en sí mismas. Pensar no es un evento interno anterior a y causal de la conducta. Pensar es la conducta misma –es lo que hace un individuo en determinadas circunstancias- y es esta conducta la que tiene que explicarse en función de factores externos objetivos y observables. Esta explicación también muestra que, contrario a lo que se dice y repite en muchos lugares, la psicología conductista también investiga los llamados “procesos cognitivos”. Es evidente que no es posible negar que las personas piensan, tienen deseos y sentimientos y que son “conscientes”, la cuestión no es si estas cosas existen o no. Por lo menos, el conductismo radical y el interconductismo nunca han negado la existencia de tales cosas y nunca han afirmado que no pueden investigarse. Lo que proponen más bien es que todo lo que referimos con tales palabras no son entidades mentales internas, sino que son nuestro propio comportamiento, el cual debe investigarse a este nivel y por lo tanto, debe explicarse mediante una teoría de la conducta, no una teoría acerca de entidades mentales.

LA PSICOLOGÍA COGNITIVA
El término psicología cognitiva es usado en la literatura en dos sentidos diferentes. Algunos autores usan este término para referirse a un área de investigación en la psicología, es decir, aquel conjunto de investigaciones acerca del aprendizaje, la memoria, la percepción, el pensamiento, etc. Estos estudios pueden realizarse desde cualquier opción teórica puesto que se trata solamente de un conjunto de temas de investigación. También hay una gran cantidad de autores que hablan de psicología cognitiva para referirse más bien a un enfoque teórico de la psicología. Este enfoque teórico, también conocido como cognitivismo o cognoscitivismo es una forma de psicología mentalista que se propone explicar cómo se organiza la conducta a partir de procesos, mecanismos o estructuras mentales. Al asumir que los procesos cognitivos son mentales, la psicología cognoscitivista considera que tales procesos sólo pueden investigarse desde su perspectiva teoríca (i. e. no podrían ser investigados por el conductismo).

LOS FUNDAMENTOS DE LA CIENCIA PSICOLÓGICA
Las teorías científicas.
Como disciplina científica, la psicología es un área de investigación con un objeto de estudio. Dicho objeto de estudio, que delimita el campo propio de la psicología, es el comportamiento de los individuos. La investigación que se realice debe dar lugar no solamente a la recolección de datos sobre este objeto de estudio, sino que también, como es propio de cualquier disciplina científica, debe conducir hasta la creación de teorías. Las teorías científicas consisten en un conjunto de enunciados (a veces expresados matemáticamente) que describen un sector de la realidad, procurando que dicha descripción sea más precisa, exacta y profunda que cualquier descripción proveniente del conocimiento común. Las buenas teorías científicas hacen afirmaciones que nos ponen en contacto con hechos no comprobables en la vida cotidiana, aunque reales y que, al tenerlos en cuenta, nos permiten explicar lo que sí vemos en dicha experiencia cotidiana.
Las buenas teorías también permiten formular predicciones, es decir, nos permiten deducir la existencia de ciertos hechos aun no conocidos. Las capacidad para generar predicciones es quizá el más potente rasgo de una teoría científica, ya que es lo que permite ponerla a prueba. En efecto, de acuerdo con Karl Popper, el principal criterio para distinguir una verdadera teoría científica de las teorías pseudocientíficas o dela metafísica es la posibilidad de las primeras de ser falsables. La falsabilidad o refutabilidad no quiere decir que la teoría sea falsa. Significa, más bien, que la teoría permite formular predicciones comprobables, de modo tal que si tales predicciones no se cumplen, esto nos indica que la teoría es falsa. Para comprobar tales predicciones los científicos realizan observaciones y experimentos. Los resultados de tales investigaciones podrían arrojar que las predicciones de la teoría sí se cumplieron y en tal caso diríamos que la teoría pasó la prueba de falsabilidad. Se dice entonces que la teoría ha sido corroborada, o que, por el momento, no ha sido refutada, aunque no podemos afirmar que es con seguridad verdadera. No obstante, el hecho de haber pasado la prueba, al menos por el momento, nos inspira a seguir teniendo confianza en dicha teoría y a considerarla “verdadera” al menos por el momento. En cambio, las teorías pseudocientíficas no son falsables pues no formulan predicciones, o si las formulan éstas son tan vagas e imprecisas que casi cualquier resultado podría corroborarlas. Es importante discernir qué teorías psicológicas cumplen o no el requisito de la falsabilidad.

Fundamentos filosóficos.
Toda investigación científica se emprende sobre la base de tres supuestos filosóficos fundamentales: a) Realismo. b) Objetividad. c) Determinismo.
La ontología es aquella parte de la filosofía que trata acerca de la naturaleza de la realidad. El realismo es la doctrina ontológica según la cual, lo que cabe llamar “la realidad” existe independientemente del observador o de su conciencia. Así, la luna sigue existiendo (sigue siendo “real”) aunque no exista ningún ser capaz de contemplarla. El principio del realismo parece bastante obvio y es a veces confundido con el denominado “realismo ingenuo”, es decir, el realismo del sentido común. El realismo ingenuo supone que lo que vemos es una copia exacta del mundo real. El realismo filosófico y científico, en cambio, reconocen que lo que vemos nunca podría considerarse una “copia” exacta del mundo, ya que nuestra percepción y razonamiento tienen muchas limitaciones. Sin embargo, al mismo tiempo, el realismo filosófico y científico considera que aunque lo que vemos es una representación posiblemente imperfecta e inexacta de la realidad, esta realidad existe independientemente de nuestras observaciones y es la tarea de la ciencia perfeccionar continua y progresivamente nuestras imágenes de dicha realidad.
Aunque el principio del realismo parece bastante razonable, ha sido objetado a lo largo de la historia por doctrinas que colectivamente podemos llamar idealismo. Las versiones más extremas de tales doctrinas afirman que lo que vemos es solamente lo que existe en nuestra conciencia. Otras versiones, menos extremas, y que corresponderían a diversas formas de constructivismo, afirman que puede que exista un mundo real externo al individuo, pero que dicho mundo consta de entidades amorfas e indefinidas y que son los individuos quienes –a través de sus actos mentales- logran percibir objetos claros y definidos. Probablemente la mayoría de científicos, de modo natural y casi instintivo, se diría, rechaza cualquier forma de idealismo o de constructivismo.
La epistemología es aquella parte de la filosofía que trata acerca de la posibilidad y naturaleza del conocimiento. El principio de la objetividad es un principio epistemológico muy vinculado con el principio ontológico del realismo. Si hay un mundo real, es natural que se plantee el deseo de conocerlo. El objetivismo afirma que el mundo puede llegar a ser conocido como realmente es, independientemente de los deseos, intenciones o concepciones particulares de quienes realizan las observaciones. Debe tenerse en cuenta que el objetivismo no niega que existan condiciones personales, sociales, etc. que influyan en las observaciones, ni tampoco niega que puedan existir diversos puntos de vista sobre una misma cuestión. Lo que el objetivista afirma es, más bien, que a pesar de que existan diversas fuentes de sesgo y/o de error en las observaciones, se puede, por lo menos en algunas ocasiones, llegar a un conocimiento exacto de los hechos, lo que puede llamarse, “la verdad” en relación con dichos hechos. Al mismo tiempo, el objetivista reconoce que esa exactitud y esa verdad no constituyen una certeza absoluta (recuérdese lo ya tratado acerca de las teorías científicas), sino que lo que se estima como “exacto” y “verdadero” lo es solamente en función de las mejores evidencias y argumentos disponibles por el momento, los cuales, como sabemos, siempre son incompletos y relativamente inexactos. Más bien, el objetivista sostiene que aunque dichas evidencias son limitadas, siempre es posible mejorarlas progresivamente y de ese modo, podemos construir imágenes cada vez más “exactas” y “verdaderas” de la realidad. Así, al margen de lo que queramos creer o no, sabemos objetivamente que algunos microbios causan ciertas enfermedades y que, con base en nuestras actuales evidencias, esto es más verdadero y exacto que la idea de que dichas enfermedades son causadas por demonios. No obstante, mejores evidencias en el futuro podrían mostrar que esas enfermedades no son causadas en sí por dichos microbios, sino por algo que hay en ellos y que por el momento no conocemos. Pero aun si nuestro conocimiento actual fuera de esta manera refutado, ese conocimiento era de todos modos más exacto y verdadero que la creencia en los demonios. Esto es todo lo que exige la objetividad.
Una concepción anti-objetivista conocida como relativismo afirma, por el contrario, que aun cuando exista un mundo real, este no puede ser conocido objetivamente, sino que toda observación, todo conocimiento y toda visión de la realidad están deformados o sesgados, precisamente, por las condiciones personales o sociales del observador y más aún, que no existe maneras “objetivas” de superar estas limitaciones. Es decir, no sólo “lo que es verdad depende del punto de vista del observador”, sino que tampoco se puede saber cuál es el “mejor” punto de vista. Por tanto, todos los puntos de vista son igualmente válidos, incluso si ellos llevaran a conclusiones opuestas sobre la misma cuestión. El relativismo es así, claramente una posición irracional y anti-científica pues permite la aceptación de “todos los puntos de vista” como igualmente válidos, es decir, que el mundo puede ser “p” y también “no p”, a diferencia de lo que persigue la investigación científica, que es llegar a una explicación coherente de la realidad, donde los hechos puedan describirse como “p” o “no p” de manera inequívoca.
Finalmente, el determinismo es la creencia en que todo lo que ocurre en el mundo tiene una causa, o es el producto de la interacción de ciertos eventos y condiciones, y que los resultados de dichas causas o interacciones no son caprichosos, sino que siguen determinadas pautas invariables, conocidas como “leyes científicas”. Una ley científica afirma solamente que ciertas cosas están relacionadas entre sí de determinada manera. Por ejemplo, que la velocidad de la caída de un cuerpo aumenta con el tiempo que dura la caída. Las leyes científicas no dicen que ciertas cosas pasarán necesariamente (esto sería como decir que todas las cosas tienen necesariamente que caer y no es así, sólo caerán si les falta un soporte). En gran medida, el objetivo de la investigación científica es llegar a descubrir dichas leyes. Pero, como es obvio, este objetivo sólo puede ser perseguido si previamente se asume que dichas leyes realmente existen. El científico debe asumir un determinismo en su objeto de estudio, de otro modo, no tendría sentido investigar o su investigación se limitaría simplemente a una recolección de anécdotas acerca de casos individuales. El determinismo es fundamentalmente la creencia de que el universo es gobernado por leyes impersonales y que todo en ese universo ocurre como expresión de dichas leyes.
En relación con el determinismo hay varios problemas que deben discutirse. En primer lugar, muchos confunden el determinismo con alguna forma de fatalismo y algunos otros lo confunden con la idea de “regularidad”. El fatalismo es la doctrina que sostiene que los hechos seguirán un determinado curso, pase lo que pase. Si está escrito que mañana morirás, así ocurrirá, hagas lo que hagas. Esta es una creencia claramente irracional en la que no nos detendremos más. Una forma suavizada de fatalismo, hasta cierto punto compatible con la ciencia, es la creencia de que ciertos procesos seguirán inexorablemente un camino hasta un resultado final inevitable. Sin embargo, aunque ciertas teorías pueden tener este carácter, en la práctica los hechos no ocurrirán necesariamente de esta manera, ya que durante el proceso podrían ocurrir muchos eventos que alteren el curso de dichos hechos. El determinismo no afirma que las cosas seguirán inalterablemente un cierto curso. Sólo afirma que ocurrirán ciertos hechos, siempre y cuando, se presenten determinadas causas.
La idea del determinismo como “regularidad” también es errónea. Por “regularidad” entendemos la repetición constante e inalterable de ciertas pautas o acciones, como el movimiento de los planetas alrededor del sol, el ciclo día-noche, etc. Algunos ingenuos piensan que el determinismo, así entendido, no es aplicable a la conducta humana, pues ésta nunca muestra tales regularidades: muchas de las cosas que las personas hacen, las hacen una sola vez en sus vidas o si las repiten, nunca vuelven a hacerlas de la misma manera. Lo que vive un individuo siempre es diferente de un día a otro, aun en el caso del sujeto más rutinario. Por el contrario, todos los días cualquier persona enfrenta imprevistos que hace imposible prever lo que tal persona concreta hará en ese día (por ejemplo, mucho de lo que hagas un determinado día dependerá de con quién inesperadamente te encuentres esa mañana). Sin embargo, aunque todo esto es verdad, ello no niega el determinismo. El determinismo no afirma que todos los días nos pasan las mismas cosas y por eso todos los días hacemos las mismas cosas, si el determinismo afirmara todo esto, sería claramente falso. Nuevamente, el determinismo sólo afirma que pasarán ciertas cosas, si y sólo si ocurren determinadas causas. Sabemos que si una persona se expone a un agente infeccioso, de seguro adquirirá tal enfermedad. Esto es todo lo que afirma el determinista. Lo que no sabemos es cuándo o cómo alguien se expondrá a ese agente infeccioso, pues ello depende de muchos factores cuya presencia no conocemos. Aun así, la investigación puede ir revelando poco a poco cuáles son los factores que pueden estar relacionados con la exposición al agente infeccioso, permitiendo de este modo realizar predicciones probabilísticas (dada la presencia de tales factores, ¿cuál es la probabilidad de exponerse a un agente infeccioso y de contraer la enfermedad?). En conclusión, el determinismo es compatible con el hecho de que muchas cosas ocurren al azar, en el sentido de que muchas cosas suceden sin que sea en la práctica posible preverlas.
Algunos argumentan que ciertos avances de la ciencia moderna (mecánica cuántica, teoría del caos, etc.) han levantado fuertes evidencias en contra del determinismo. Pero se trata de argumentos exagerados o que malentienden dichas teorías. En mecánica cuántica es común enfatizar el carácter azaroso o indeterminado del comportamiento de las partículas, tal como lo hicieron Bohr y Heisenberg (esto significa que, por ejemplo, un electrón puede hacer algo sin causa aparente y de modo impredecible). Muchos físicos, sin embargo, no aceptan un carácter intrínsecamente azaroso en dicho comportamiento, más bien sostienen que existen ciertos factores que determinan que las partículas actúen de una manera aparentemente azarosa. Además, el hecho de que las partículas se comporten de manera azarosa –si así ocurriera- no tendría por qué implicar necesariamente que el mundo macroscópico también sea indeterminista. Por otro lado, la teoría del caos, a pesar de su nombre, no explica que el mundo sea “caótico” o “azaroso”. Al contrario, la teoría del caos es perfectamente determinista. Lo que esta teoría propone es que la posibilidad de formular predicciones precisas decrece con la distancia en tiempo entre la fecha de la predicción y el hecho predicho. Usar la teoría del caos como un argumento anti-determinista es una impostura intelectual.

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